Desde tiempos antiguos, el Zodíaco fue la herramienta para medir el cielo. Doce segmentos de 30 grados que, como las marcas de un reloj, ordenan el movimiento de los planetas.

Los caldeos, griegos y egipcios transmitieron estos símbolos, que no son simples etiquetas de personalidad, sino un lenguaje comprimido en glifos. Las rectas representan la materia y el intelecto; las curvas, el mundo de las emociones. Juntas forman los signos, una auténtica memoria simbólica que viaja en el tiempo.

Así como las casas astrológicas traducen el espacio en experiencia vital, los signos narran el cielo como un mapa de arquetipos y mitos. Por eso no hay que leerlos como frases superficiales («los de Leo son así…»), sino como un sistema técnico y simbólico donde los planetas actúan, cada uno desde una fracción del cielo.

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